Craso
error. Parece que no me conozca a mí mismo, soy voluble como el viento…
El
hacerme creer que iba a tener la fuerza de voluntad y la creatividad de hacer
un Blogg con cositas buenas a diario fue una mentira. Y aquí estoy un año
después para reafirmarme en el hecho. Y a lo hecho pecho.
Realidad
contra ficción, creer al menos que sigo estando aquí, que sigo igual de loco
que siempre o quizá algo más. Y esta vez sí, esta vez lo prometo… escribiré
todos los… JAJAJAJAJA
No soy
tan bueno como para creerme eso, pero tampoco hay que ser tan voluble y todas
las cosas hay que terminarlas. Y esta entrada no va a ser menos; así que la voy
a terminar a lo grande. Algo que muy pocos han leído y que compartiré para todo aquel que quiera de su opinión… Así comienza mi relato:
1.
Y despertó…
Allí tirado, temblando y tiritando, no se sabe si por el frío o por esa extraña
sensación de miedo que había surgido de sus pesadillas, el caso es que tenía el
aspecto de una alimaña acorralada por su depredador natural, desorientado y
mareado por el ajetreo de la noche, tenía el pelo sobre la cara, pero no sobre
sus ojos, como si los pequeños seres de la noche se lo hubieran colocado, como
si quisieran que no pudiera dejar de observarlos, encorvado y acuclillado en
una deleznable posición junto a la puerta que da a su habitación, un cuchitril
de la posada más famosa, por infame, del pueblo; “La garra del cuervo” así se
llamaba dicha posada, pero se la conocía como “La pezuña del puerco”,
desde fuera se podía oír la música, el jolgorio y la gente cantando y bailando,
en las ventanas del piso de arriba, que daba a las habitaciones, parejas
descuidadas se dejaban entrever en cueros y posturas dignas de animales
salvajes.
Hasta
ahí, una posada normal, pero la razón de su sobrenombre se entendía cuando uno
se adentraba en el edificio, lo que en el exterior era música dentro era un
ruido que se enmascaraba entre gritos y discusiones de malhechores, mercenarios
y fulanas que apestaban a alcohol o a fuertes fragancias y que tapaban susurros
y conspiraciones de los verdaderos profesionales que hacían sus negocios en los
rincones más oscuros de la sala. El piso de arriba simplemente era una burdo
circo de mujeres y hombres, lo que desde fuera se imaginaba como un descuido,
dentro era una realidad palpable, de echo recién despertó nuestro taimado
personaje se encontró de frente con dos turgentes senos bañados en sudor que se
movían al compás del embate de un hombre moreno y fornido, la mujer le sonrió,
se pasó la lengua por los labios y se le escapó un tenue gemido, seguidamente
la pareja se precipitó a la puerta que daba enfrente de la suya y se olvidó de
cerrarla.
-
¿Qué ha pasado? Siento que me va a estallar la cabeza, no recuerdo haber bebido
nada y vuelvo a tener estas horribles pesadillas… he de encontrarme con mis
compañeros -Se llevó la mano derecha a la frente, pasó los dedos por su
empapado flequillo y se lo retiró de la frente, seguidamente ajusto sus gafas
sobre su nariz, hizo apoyo de su mano libre para ponerse en pie, no sin antes
apartar una bota olvidada por algún desconocido. Hecho mano a su bolsillo y
encontró lo que andaba buscando, se dio la vuelta sacó la llave de su pantalón,
abrió, entró y cerró la puerta tras de sí.
La
habitación estaba bien ventilada, tenía un gran ventanal y se encontraba
abierto, no recordaba haberlo dejado así, aunque no recordaba nada de lo que
había ocurrido esa noche, no le dio mayor importancia, alguno de sus compañeros
la habría dejado así; corría una suave y agradable brisa, mientras sus ojos se
acostumbraban a la visión de la habitación y sus oídos aún palpitaban por el
extraño despertar y el tumulto del pasillo, el hedor del corredor que acababa
de dejar tras la puerta había dejado otro olor, un aroma que le resultaba
familiar, uno de mujer, advirtió de que no se encontraba solo en su habitación.
-
Hola mi príncipe -dijo la silueta, bajo la tenue luz de la luna que entraba por
las roídas cortinas de su habitación- ¿Por qué estás tan sudado? Aún no he puesto
una mano sobre ti –dijo mientras reía inocentemente.
La voz le resultaba familiar; era la de Bea, una de
las más famosas asesinas de todo Zaelyss. Allí tumbada sobre su cama yacía una
mujer morena de ojos azules, unos ojos que le habían permitido hacerse un sobrenombre
en el gremio al que pertenecía; “Bea, la viuda negra”, muchos eran los hombres
que habían pasado por su lecho y no habían despertado para contarlo, llevaba
puesto su traje de gala; un corsé negro con delicados bordados y un entramado
de varillas, que asemejaban el exoesqueleto de un arácnido, del que florecían
dos sugerentes pechos, un pantalón de cuero que dibujaba con claridad su
exuberante silueta y que daba a entender que no portaba más arma que las que
sus sinuosas curvas de mujer le permitían y unas botas negras de aguja.
-
Hola Bea –dijo fría y secamente- ¿no tendrás tu nada que ver con que yo esté
así?
-
¿De qué se me acusa? –Dijo con tono infantil- Soy una arañita buena –se deshizo
de la postura sensual que tenía sobre la cama, y comenzó a incorporarse
lentamente.
- ¿A
cuántos hombres les has dicho eso antes de darles muerte? – mientras decía esto
empezó a acercar su mano disimuladamente al colgante de plata que le colgaba
del cuello.
De pronto la mujer dio tal
impulso que al pequeño hombre no le dio tiempo ni a sobresaltarse, no estaba en
condiciones, la profesional ya había agarrado su brazo, lo había cruzado por el
cuello del joven y en su mano libre sujetaba una aguja de 20 cm con la que le
había hecho un punto de sangre en la sien.
-Tranquilo
Shiro –dijo ella despacio- No tengo nada que ver con tú estado, aunque me
hubiera gustado… –dejó la frase en el aire mientras besaba su cuello- Y no
estoy aquí para hacerte ningún mal, ni para darte ningún placer –bruscamente
soltó al joven y con la misma rapidez que se había movido llegó hasta la cama,
y se dejó caer de forma tan grácil como lo haría una telaraña sobre un pañuelo
de seda.
- ¿Y
qué te trae hasta aquí querida Bea?, ¿Qué asunto me honra con tu presencia?
-dijo con la mente todavía turbia denotando un señalado malestar frente a la
situación- Las arañas no salen de sus agujeros si no es por alguna razón.
-Es
simple, –decía a la vez que le mostraba una bella sonrisa, ensayada multitud de
veces- me quiero unir a tu grupo.
-Jajajajaja,
¿qué grupo?, ¿Cuánta gente ves tú aquí? No me hagas reír Beatriz.
-Llámame
Bea querido.
-
Bea nos hemos cruzado en varias ocasiones, que vengas tú aquí ofreciéndome tus
servicios y no quieras nada en absoluto me resulta un tanto peculiar. ¿Cuándo
has adquirido ese sentido del compañerismo?
-
Muy recientemente –dijo mientras le guiñaba un ojo.
- Y
qué pasaría si te diera la respuesta que daría un hombre sensato ante tu
proposición… En mi grupo no hay plaza vacante preciosa.
- Tú nunca has sido un hombre sensato, pequeño Shiro,
y aunque lo fueras no puedes negarme lo que te pido, no en tu situación,
piénsalo yo conozco esta ciudad mejor que nadie –y mientras acababa la frase la
asesina se dejó caer hacia la noche, Shiro se apresuró hasta la ventana,
vislumbró como con una grácil pirueta se apoyaba sobre el poste del que colgaba
el título “La garra del cuervo”, saltaba hacia la oscuridad del callejón que se
formaba entre las dos casas de enfrente y antes de entrar en la penumbra, se
giró y sonriendo susurró- y has de encontrar a tus compañeros .
Y
allí con la mente todavía revuelta, y tras vomitar en un rincón de la
habitación, se echó sobre la cama pensando que entre sus compañeros se
encontraba su hermana menor, y se lamentó de no haber heredado una pizca de sensatez
como ella, le hubiera ahorrado algún que otro lío.
Por
primera vez desde que entró en la habitación se paró a echar un vistazo, era
una auténtica pocilga, en las paredes se empezaba a acumular moho por la
humedad, había manchas de sangre y de otra índole que no se paró a intentar
descifrar; del armario colgaba una de las puertas que en la época dorada de la
posada, seguramente los primeros días de apertura, tenía en su frontal un
espejo, ahora solamente había una masa de resina solidificada; por último miró
al techo, una viga de madera sostenía el tejado sobre la habitación, le resultó
extraño que estuviera intacto, con todo esto pensó que la posada al menos era
sólida. Se recostó en su almohada y soltó una sonora carcajada.
No
le preocupaba realmente la situación, se le antojaba divertida; todos y cada
uno de sus acompañantes sabían cuidarse solos, pero era cierto, necesitaba
encontrarlos y le picaba la curiosidad de lo que esa mujer se traía entre
manos, le pesara o no debía aceptar su proposición, si ella tenía alguna
información la necesitaba, pero como la localizaría… Se sintió estúpido, ya
conocía la respuesta; él no tenía que encontrarla, ella se dejaría ver. Ya
había trazado sus hilos y al mínimo movimiento que él hiciera para ir en su
busca, la asesina aparecería, así funcionaban las arañas, un halcón debería de
saberlo…
Con este pensamiento Shirowashi,
que así se hacía llamar el joven, manteniendo la mano cerca de su colgante cayó
en el abrazo reparador del sueño.
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